lunes, 12 de julio de 2010

Calamaro on the rock

 

Terminó el Mundial. Faltó el post dedicado al campeón –va, a los jugadores campeones- y al verdadero Artigas: Diego Forlán. Pero tres entradas de fútbol eran demasiado para el nuevo y rengo blog. Ni bien perdimos con Holanda, y de algún modo terminó el Mundial, pude hacerme con el último disco de Andrés Calamaro.

Siento –quizá constato- que Calamaro se transformó, de golpe y porrazo, en algo así como una serpiente de los huevos de oro. En un objeto de consumo masivo muy bien aprovechado por las discográficas y el mundillo empresarial-musical.

No me la voy a dar de: “Yo lo escucho desde Los Abuelos”, y mucho menos hacerme el puritano independentista al grito de “el arte por el arte”. Pero reconozco que este reciente descubrimiento intelectivo me sacó de mis casillas –el Mundial se cuela por los sitios menos esperados-. Me produjo un gigantesco rechazo. Me dio asco que haya sucedido lo que sucedió, que se haya perdido la inocencia artística de una manera tan grosera. Y que esa mutación kafkiana se haya hecho tan evidente que hasta está escupida en la portada de su último disco, Calamaro on the rock. Me pregunto qué habrá quedado de aquél Andrelo que eligió a dos perros reproduciéndose y una hoja de marihuana como carátula de sus grabaciones encontradas.

Alguien me podrá retrucar que ya en Alta suciedad existía un atisbo de degeneración mercantilista. Y puedo compartir, por mucho que me duela. Sin embargo, es diferente… En ese disco hay espacio para “Comida china”.
Y quien hable de Honestidad brutal, que sepa que, Honestidad brutal, es brutal.

Tiempo después, con la aparición de El Cantante, se da un paso más –hacia atrás-. Imagino la propuesta de la discográfica: “Si no querés cantar canciones nuevas, cantate estos boleros”. Y algo similar debió de suceder con el doloroso Tinta Roja. Y, luego, como seguía poco inspirado: “Que Litto Nebbia te dé una mano”. Y El Palacio de las flores.

Pero, un buen día, esa caída libre se detuvo como por arte del arte. Y reapareció La lengua popular, ese disco que conocíamos antes de conocerlo, con canciones totalmente nuevas y actuales. Espectacular. Con un “Superjoint” que rememoraba la vieja costumbre de Andrelo de finiquitar sus discos con temas de autor –recordemos Dos romeos-.
Este también fue un disco con parafernalia –Fresán y Liñers aportaron lo suyo-, pero no tanta.

La siguiente novedad no fue más que otra mala noticia. La ordinariez de una caja con cientos de canciones que ya habíamos escuchado, y clips que ya habíamos visto en los rankings de los 90, de la época en la que MTV todavía pasaba música, intercalada con algo de Celebrity Deathmatch.

Digo “ordinariez” porque no era la obra cúlmine de un Salmón de cinco pies. Ese compilado sí fue su Rayuela, su Trilogía de la Fundación, su Divina Comedia. No la guarangada del Obras Cumbres, con estética bolchevique pero al servicio del capitalismo más salvaje.

Vuelvo a On the rock y la razón de mi calentura. Para empezar, existen varios packs para acceder a las nuevas canciones del rey Salmón. Te venden el disco pelado, casi insulso, a 10 dólares. Le llaman: “CD superjeweal”. Para los más pudientes existe una opción superior, que viene con bonus track –yo diría “sorpresita”- y se titula: “Digipack deluxe”. También está la posibilidad, pensada especialmente para los nostálgicos y los cool, de adquirir el CD y un LP en vinilo. Así es. “Vuelve el disco de pasta”, dicen los que saben –es decir, los redactores y lectores de Rolling Stone-. Ojo, existe además una cuarta opción, ya directamente para enfermos. El glorioso “Boxset deluxe”, que trae los dos digipacks, el vinilo y una camiseta.

Como verán, el futuro del negocio de la industria musical parece estar cerca del de los restaurantes de comida rápida. Imagino chicas simpáticas, con gorro de visera, que preguntan a los clientes si desean, por veinte pesos más, llevarse el Himno versión murguera junto con el disco de The Killers. ¡Ojalá Dios me dé larga vida para poder vivir esto!

De todos modos, y con toda la objetividad, rescato el contenido de este disco, que es un discazo. Mucho más complejo y sofisticado que La lengua popular –llámenme redundante-, On the rock es el trabajo de un artista veterano, consagrado. De un tipo que ya no podrá hacer las canciones que hacía antes -que fueron las que me llevaron a adoptarlo como mi músico/poeta/cantor de cabecera- pero que acepto escuchar con la nostalgia de oír a quien ya no es lo que fue. Como todos.

Los años pasan, pero qué importa. Hay temas monumentales, teledirigidos al éxito radial, como “Los divinos”. Y otros que parecen arrancados del glorioso pasado. “Todos se van”, que me transporta a “Para seguir” o “Son las nueve”. Y “Me envenenaste”, una canción extirpada con las muelas de cualquier disco de Los Rodríguez.

On the rock, otra prueba de que Calamardo está ahí. De que es el gran músico argentino -¿latinoamericano?- actual. Actual de hace diez años y actual hasta que muera. El mejor superviviente de la era de los fundadores del rock rioplatense –me guardo la humorada de mal gusto sobre el sodero-.  

Grande Calamaro por regalarnos este disco. Grande Calamaro por seguir tocando las canciones de la Historia. Grande Calamaro por estar encima de todo, incluso de este post sin sentido y cualquier otra cosa que se te pueda objetar. Aunque quede feo que lo digas tan así, y lo estampes en todas las cajitas de CD, es cierto. Estás on the rock.
 


miércoles, 7 de julio de 2010

Tres mentiras de la derrota de Uruguay



1-“Perdimos con dignidad”.
¿Quién es “dignidad”? ¿De qué juega? Si juega en Uruguay tendríamos que cambiarla porque no tocó una pelota…
Déjense de insistir con eso de “dignidad”. En el fútbol no hay dignidad, al menos no en un resultado o en el desarrollo de un partido. La dignidad está, en todo caso, en cada uno de los jugadores, como personas que son y que pueden ser más o menos dignas. Pero en el fútbol. Acá, la dignidad no tiene nada que hacer.
Podemos estar orgullosos de que perdimos por pocos goles, o que los jugadores se portaron bien y no armaron -tanto- lío, o que perdimos jugando bien a la pelota. Pero no “con dignidad”. Eso es otra cosa. Los brasileros que marcharon en Maracaná no fueron personas indignas, como no lo fueron tampoco los uruguayos que se morfaron seis con Dinamarca. Capaz que no dejaron todo en la cancha, o jugaron mucho peor que el rival. Pero sería un atrevimiento moral señalarlos como “indignos”.
Quizá, lo mejor que se pueda decir es lo que dijo Tabárez: Si tuviera que elegir una manera de perder, elegiría ésta.

2-“Le mostramos al mundo dónde queda Uruguay”.
¿Existe realmente alguien a quien le importe mostrarle al mundo dónde queda Uruguay? Porque a mí, no. Cipayo provinciano, les gritaría Dolina.
Y, en todo caso, ese rol de promotor-panfletero no creo que le tenga que corresponder al fútbol. El fútbol es un juego, donde veintidós tipos corren atrás de una pelota, donde gana el que hace más goles. Alegrémonos, entonces, porque nuestro equipo ganó, o porque jugó bien, pero no porque “le mostró al mundo dónde queda Uruguay”. ¡Por favor! Dejémosle la promoción nacional a los publicistas y al ministerio de Turismo, que para eso les pagamos. Hagamos avisos de Uruguay Natural mostrando los dedos de Punta del Este o a un moreno tocando el tambor en la rambla. Pero no pongamos al fútbol en un lugar que no le corresponde, y no nos alegremos por algo que tampoco corresponde.

3-Las derrotas se festejan.
Seré un amargo, pero prefiero ser amargo antes que mediocre. Las derrotas no se festejan, se padecen. Podemos estar contentos por cómo jugamos pero no por perder. No salgamos a la calle a festejar inmediatamente después de que quedamos afuera de la competencia por el primer puesto. Si la intención era mostrar apoyo, se acercan al Bebe Morosini y le dicen: “Vamo arriba, muchachos. Gracias, dejaron todo”. Y si la intención era celebrar un campeonato brillante, esperemos a que termine. Festejemos la culminación de un ciclo, pero cuando finalice. Antes, no. Y menos si acabamos de perder.

domingo, 4 de julio de 2010

Algo que contar



Lo que pasó con la Selección es algo que no se puede explicar con palabras. En mil carillas, un lector sensible y lúcido podría comprender el 30% de lo que sentimos todos los uruguayos. No más.

No se trata de una victoria, de un logro, de un hecho del cual sentirse orgulloso y que produzca placer. Se trata de una forma de vivir la vida, de tener una pelota en lugar de corazón. De amar un juego, por más extraño y estúpido que parezca. No el juego, el amor.

No sé qué explicación puede tener. Y desconfiaría de cualquier otro ser humano –no uruguayo- que pudiese comprenderlo. Un argentino o un italiano, en una de esas. Pero nadie más.

Es como si a una sociedad le apasionara el Mikado o La escoba del 15. A mí me parecería una locura. Hay otras cosas en la vida, mucho más importantes. Al fin y al cabo, es un juego. No muere nadie. No te cambia en nada. Yo pensaría todas esas cosas.

Lo que me emociona –hasta límites insospechados- es el reconocimiento que Dios o el destino o lo que sea le hace al pueblo que más siente en el mundo este juego. Porque no seremos los mejores, ni los más ordenados, ni los que tenemos más plata, ni los que hacemos las cosas mejor. Pero somos los que llevamos desde la cuna, y desde el principio de los tiempos, esta especie de enfermedad crónica incurable. Como una mancha que no sale con nada, a pesar de todo. Incluso de 60 años de frustraciones.

Los uruguayos nos merecemos esto más que nadie. Que quede bien claro. De ahí la emoción. Va, de ahí y de que un montón de jóvenes –como yo- jamás soñó vivir ni la mitad de lo que está viviendo.

Por todo esto es que todavía no existe lugar para la reflexión. Es tiempo de disfrutar, de agradecer. Pero lo más parecido a una reflexión a la que pude llegar, es que ahora tenemos algo que contar. Que cualquier visitante del futuro puede venir, invitarnos un café y decirnos con los ojos bien abiertos, llenos de emoción: “Contame cómo fue”. Algo que nosotros no paramos de repetir a todos los viejos que se nos cruzan y que nacieron antes de 1950. Algún día, alguien nos preguntará: “¿Qué tenía el Loco Abreu para hacer lo que hizo?”, “¿Qué sentiste cuando el morocho erró el penal?”. Y nosotros vamos a sonreír, a recostarnos en el asiento, perder la mirada y dejar que los recuerdos y las lágrimas imiten la primera vez.

Por eso es que festejamos tanto. Entre la alegría, el orgullo y una enorme dosis de incredulidad se colaba un sentimiento como de culminación, de que algo había terminado aquella tardecita. Que esa noche –veraniega en pleno invierno- era el punto final perfecto de una gloria que, de tan poco que la imaginábamos, nadie sabía si le correspondía. Para mí, al menos, todo terminaba esa noche. Había sido uno de los días más felices de mi vida y esa noche –ya madrugada- significaba el gran final. Pero no un final con gusto a poco porque nadie se quedaba con las ganas de nada. Era un final de panza llena. Muchos podíamos haber muerto en la más absoluta paz esa misma noche. Y no es una exageración. Relean el segundo párrafo.

Pero qué gran error. Ese no era el final de nada. Todo lo contrario.

Esto todavía no terminó.

miércoles, 30 de junio de 2010

Citas a ciegas




Kusturica, director de mi amada Arizona dream, dice cosas que pueden sonar un poco ridículas, un poco brillantes e incluso un poco estúpidas, pero siempre son geniales. Una muestra de esto es el subtítulo que escribió para una de sus obras maestras, Underground: “Había una vez un país…que ya no existe más”.

En una entrevista publicada recientemente –y que me reenvió Carolina B.- cita a un filósofo callejero checo que le dijo una vez: “¿Sabes cuál es la diferencia entre las abejas y los humanos? Que detrás de los humanos queda la mierda, y detrás de las abejas queda la miel”.

Además, gracias a esa entrevista, descubrí otra pasión que me une con mister K, aparte del fútbol: Bohumil Hrabal. Este serbio tiene un librito espectacular, Una soledad demasiado ruidosa, de donde rescato algunas palabras:

"Yo no leo para divertirme, ni para pasar el rato, ni para conciliar el sueño".

"Tengo la cartera llena de libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco".

"Yo puedo permitirme el lujo de abandonarme porque nunca estoy abandonado, estoy solo para poder vivir en una soledad poblada de pensamientos".

"Tomar una frase y saborearla como un caramelo de menta".

Este blog es un intento –menos doloroso que la metamorfosis- de convertirme en abeja. De dejar un poco de miel. O más mierda.