domingo, 4 de julio de 2010

Algo que contar



Lo que pasó con la Selección es algo que no se puede explicar con palabras. En mil carillas, un lector sensible y lúcido podría comprender el 30% de lo que sentimos todos los uruguayos. No más.

No se trata de una victoria, de un logro, de un hecho del cual sentirse orgulloso y que produzca placer. Se trata de una forma de vivir la vida, de tener una pelota en lugar de corazón. De amar un juego, por más extraño y estúpido que parezca. No el juego, el amor.

No sé qué explicación puede tener. Y desconfiaría de cualquier otro ser humano –no uruguayo- que pudiese comprenderlo. Un argentino o un italiano, en una de esas. Pero nadie más.

Es como si a una sociedad le apasionara el Mikado o La escoba del 15. A mí me parecería una locura. Hay otras cosas en la vida, mucho más importantes. Al fin y al cabo, es un juego. No muere nadie. No te cambia en nada. Yo pensaría todas esas cosas.

Lo que me emociona –hasta límites insospechados- es el reconocimiento que Dios o el destino o lo que sea le hace al pueblo que más siente en el mundo este juego. Porque no seremos los mejores, ni los más ordenados, ni los que tenemos más plata, ni los que hacemos las cosas mejor. Pero somos los que llevamos desde la cuna, y desde el principio de los tiempos, esta especie de enfermedad crónica incurable. Como una mancha que no sale con nada, a pesar de todo. Incluso de 60 años de frustraciones.

Los uruguayos nos merecemos esto más que nadie. Que quede bien claro. De ahí la emoción. Va, de ahí y de que un montón de jóvenes –como yo- jamás soñó vivir ni la mitad de lo que está viviendo.

Por todo esto es que todavía no existe lugar para la reflexión. Es tiempo de disfrutar, de agradecer. Pero lo más parecido a una reflexión a la que pude llegar, es que ahora tenemos algo que contar. Que cualquier visitante del futuro puede venir, invitarnos un café y decirnos con los ojos bien abiertos, llenos de emoción: “Contame cómo fue”. Algo que nosotros no paramos de repetir a todos los viejos que se nos cruzan y que nacieron antes de 1950. Algún día, alguien nos preguntará: “¿Qué tenía el Loco Abreu para hacer lo que hizo?”, “¿Qué sentiste cuando el morocho erró el penal?”. Y nosotros vamos a sonreír, a recostarnos en el asiento, perder la mirada y dejar que los recuerdos y las lágrimas imiten la primera vez.

Por eso es que festejamos tanto. Entre la alegría, el orgullo y una enorme dosis de incredulidad se colaba un sentimiento como de culminación, de que algo había terminado aquella tardecita. Que esa noche –veraniega en pleno invierno- era el punto final perfecto de una gloria que, de tan poco que la imaginábamos, nadie sabía si le correspondía. Para mí, al menos, todo terminaba esa noche. Había sido uno de los días más felices de mi vida y esa noche –ya madrugada- significaba el gran final. Pero no un final con gusto a poco porque nadie se quedaba con las ganas de nada. Era un final de panza llena. Muchos podíamos haber muerto en la más absoluta paz esa misma noche. Y no es una exageración. Relean el segundo párrafo.

Pero qué gran error. Ese no era el final de nada. Todo lo contrario.

Esto todavía no terminó.

4 comentarios:

  1. Interesante punto de vista. Abrazo, Chulo

    ResponderEliminar
  2. Coincido. Sobre todo en la descripción -tan acertada- de cómo reaccionaremos cuando alguien nos pregunte: ¿cómo fue? Aún así sigo sin saber el porqué de este imán con el fútbol, ¿alguien sabe a qué se debe?

    ResponderEliminar
  3. Emma: Lo mismo digo. Sos de las pocas que queda de la vieja camada... Ahora volví yo. Esperemos que vuelvan más.

    Nacho: Gracias por pasar. Imagino que te habrá emocionado el fondo tricolor. Je. Abrazo.

    Eileen: Visita inesperada. Al menos así, tan explícita. Je.
    Podríamos pensar mucho y, por ahí, llegar a alguna explicación racional incompleta. Pero claramente hay algo mágico. En 1924 ya éramos futbolerísimos y campeones del mundo.

    ResponderEliminar